Los cuerpos deseados de las gringas
Drina Ergueta
Ser "gringa” en un país como el nuestro tiene varias
ventajas relacionadas con valores socioeconómicos étnico-raciales, no hay duda
de ello; pero, paradójicamente, también conlleva dificultades originadas por
estereotipos y prejuicios que pueden convertirse en tragedia cuando se añade al
machismo, que ve esos cuerpos "diferentes” como algo para poseer por las
buenas o por las malas.
Por una parte, a una persona "gringa”, hombre o mujer
(y se entiende como tal que es de origen norteamericano o europeo e inclusive
podría ser de oriente medio o algún japonés, no chino ni africano, menos
sudamericano), se le suelen abrir muy fácilmente las puertas del país, de los
puestos de trabajo, de nuestras casas y corazones. Por humilde que sea su clase
social, se le coloca directamente en nuestra clase alta o media alta. Siempre
será lo suficientemente instruida y, si no sabe comportarse según nuestras
costumbres, se le perdona porque es gringa. Además, esta persona siempre es
guapa, aunque en su tierra tenga poco éxito en conquistas.
Son cuerpos deseados desde un sentimiento de complejo porque
las características caucásicas (comúnmente blancos) y sus parecidos representan
el poder, la riqueza y la belleza a nivel global. Hay quien desea ser así y, si no, al menos
tenerlos cerca, que sean "de los míos” o "yo voy con ellos” y
"soy como ellos”. En fin, que se les quiere y ellos se dejan querer,
¿quién no lo haría?
La tortilla se vuelca cuando el deseo va más allá y las
mujeres extranjeras son a veces acosadas sexualmente sólo por sus
características raciales blancas.
Regularmente se conoce algún caso de alguna extranjera
violada en una ciudad o población turística de Bolivia, pocas veces se sabe
cómo acaba el asunto. Seguramente hay muchos casos que no se llegan a conocer
siquiera.
Una extranjera tiene un nivel de vulnerabilidad alto,
especialmente si es turista y se le nota, ya que no cuenta con un entorno
familiar, de amistades e influencias que le den resguardo o que la apoyen y la
defiendan si le pasa algo. Una turista tiene los días de visita contados y es
muy probable que también lo sea su presupuesto destinado al viaje, debe irse.
El resarcimiento para un ataque de este tipo implica tiempo
y recursos, la justicia tarda y cuesta, y no siempre llega, eso lo saben los
violadores y se sienten confiados y seguros: ella no denunciará, y si lo hace
no hará seguimiento, es cuestión de tiempo para que desista. Pero a veces se
llevan alguna sorpresa: es el último caso ocurrido en Samaipata.
Sobre una gringa pesan también estereotipos y prejuicios
machistas: son mujeres liberadas, dicen, lo que se traduce en "libertinas”
para una sociedad conservadora, y disponibles para usar y tirar para una
mentalidad machista.
"Las turistas son unas hippies drogadictas que viajan
solas y no usan siquiera sostén, luego alegan que no provocan”, dirán unos
cuantos.
Quien viola a una turista seguramente violaría igualmente a
una mujer local, pero es posible que la gringa tenga ese gusto de lo distinto,
que apetece probar y después presumir.
Tanto la turista como una boliviana son "simples
mujeres, algo para divertirse un rato. No es para tanto, mucho menos 25 años de
prisión”, dirán los sentenciados José Enrique Montenegro Coro, Luis Flores
Alpire y Carlos Flores Cámara y, también, algunos vecinos del pueblo de
Samaipata que aún los defienden y no ven que ellos cometieron un delito muy
grave en la violación de Renee Gurley.
Gurley se sobrepuso a la tragedia y dio lucha en los
juzgados y venció, tuvo el apoyo de las redes sociales y de ese entorno que
supo crearse. Los atacantes, también con relaciones, no pudieron librarse. Muy
bien por Gurley y por la ley, ojalá todas las mujeres violadas recibieran
justicia con apoyos o no, sean gringas o morenitas.